Más de una vez, directa o indirectamente, hemos hablado del efecto termoelétrico que, como todo el mundo sabe, es la conversión directa de la diferencia de temperatura a voltaje eléctrico y viceversa. Un dispositivo termoeléctrico crea un voltaje cuando hay una diferencia de temperatura a cada lado… gracias a lo cual funcionan los termopares para medir con precisión la temperatura.
Tradicionalmente, el término efecto termoeléctrico o termoelectricidad abarca tres efectos identificados separadamente, el efecto Seebeck, el efecto Peltier, y el efecto Thomson.
La cantidad de energía eléctrica que se puede generar a una diferencia de temperatura dada se mide mediante el llamado valor adimensional >ZT: cuanto mayor sea el valor ZT de un material, mejores serán sus propiedades termoeléctricas.
Los mejores termoeléctricos hasta la fecha llegaron a valores de ZT de alrededor de 2,5 a 2,8. Ahora científicos austríacos de TU Wien han logrado desarrollar un material completamente nuevo con un valor ZT de 5 a 6.
El nuevo material es tan efectivo que podría usarse para proporcionar energía para sensores o incluso pequeños procesadores. En lugar de conectar pequeños dispositivos eléctricos a los cables, podrían generar su propia electricidad a partir de las diferencias de temperatura.
Esta investigación ahora ha llevado al descubrimiento de un material particularmente notable: una combinación de hierro, vanadio, tungsteno y aluminio.
La demanda de estos generadores a pequeña escala está creciendo rápidamente: en el IoT (Internet de las cosas), cada vez más dispositivos están conectados en línea para que coordinen automáticamente su comportamiento entre ellos donde una máquina tiene que reaccionar dinámicamente a otra.
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¡Todo lo que nos queda por saber y por aprender de la naturaleza!
Qué prodigio de optimización de energía son por ejemplo las ballenas azules (que pueden tener el peso de 300 elefantes africanos de los grandes) y que solo necesitan entre 3 y 4 latidos de su corazón por minuto… llegando a reducir su ritmo cardíaco hasta los 2 por minuto en sus prolongadas inmersiones. Eso sí, cuando ascienden a la superficie recuperan sus latidos a los 30 .. o sea unos 50 menos que los humanos.